Lo primero de todo, empezaremos por destacar las definiciones que diversos autores han dado sobre la Inteligencia Emocional desde sus orígenes.
El término de Inteligencia Emocional no emergió hasta que P.
Salovey y J. Mayer (1990) utilizaron este concepto para describir las
cualidades emocionales que parecen tener importancia para el éxito, definiendola como “la capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno
mismo y de los demás, de discriminar entre ellas y de usar esta información
para la orientación de la acción y el pensamiento propio”
En 1993, Howard Gardner empieza a tratar el tema de la inteligencia personal
hablando de las emociones propias y ajenas en su libro Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica, donde define la
Inteligencia Emocional como "uso inteligente de las emociones, es decir, de
forma intencional hacemos que nuestras emociones trabajen para nosotros,
utilizándolas con el fin de que nos ayuden a guiar nuestro comportamiento y a
pensar de qué manera pueden influir mejorando nuestros resultados”
Pero no fue hasta 1995 cuando tomó impulso y llegó a toda la
sociedad, gracias al psicólogo y periodista Daniel Goleman, quien destacó la relevancia de la Inteligencia
Emocional por encima del CI a la hora de alcanzar tanto el éxito profesional
como el personal. Profundiza la definición de éste concepto
refiriéndose a “la capacidad de reconocer
nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y
manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con
nosotros mismos”.
Por tanto, tras revisar la variedad de definiciones que realizan los autores
anteriormente mencionados, podemos concluir que la Inteligencia Emocional se
refiere al conjunto de habilidades, capacidades, actitudes y competencias para
reconocer nuestros sentimientos, así como los de los demás, controlándolos y dominándolos
frente a las situaciones de la vida.
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